A
todos mis compañeros:
40 aniversario del ascenso a división de honor. (2012)
El
tiempo pasa y te invita a que lo acompañes, no se puede rechazar la
invitación ¡ay de los que lo hacen! Es una invitación con fecha
de caducidad. Cuarenta cinco años han pasado desde que un grupo de
alumnos que estudiábamos en Colegio del Pilar de los Hermanos
Maristas en Vigo, decidimos apuntarnos a un deporte del que
desconocíamos todo, se llamaba Balonvolea. El Colegio del Pilar sigue
ahí, los alumnos seguimos ahí, viajando y aprendiendo en el tiempo,
y el equipo que inicialmente se llamó El Pilar sigue ahí, si
difícil es llegar muy difícil es mantenerse: mi reconocimiento a
todos los que han conseguido que, cuarenta años después del ascenso
primera división, lo que un grupo de chavales empezaron siga ahí.
Todavía
conservo: la insignia de la ciudad que nos entregó el alcalde con
motivo del ascenso y que llevo siempre en el ojal de mi chaqueta; un
llavero de plata que, en el anverso, lleva grabada una jugada de
voleibol y, en el reverso, la inscripción “Mérito al ascenso a
primera división. Año olímpico 1972”; algunas camisetas, entre
ellas, una de los inicios del equipo “El Pilar” con la cruz de
Santiago bordada en el pecho; y un recorte de prensa con la crónica
del segundo ascenso del equipo.
Más,
mucho más valioso que lo que conservo es lo que recuerdo: un grupo
de compañeros, no todos éramos amigos y sí compañeros, que en la
atrasada España de finales de los sesenta e inicios de los setenta,
cuando no había internet, ni móviles, ni varias cadenas de
televisión, y viajar era un lujo y Vigo era un pueblo grande,
trabajador y poco formado tuvimos la oportunidad de estudiar en un
buen Colegio, eso sí, religioso y de pago; de practicar deporte,
vivir un sueño, y llegar a jugar en división de honor contra el
Real Madrid, el Barcelona, el Atlético de Madrid etc.; de salir de
Galicia y conocer otras ciudades de España y Portugal viajando en
tren, en avión y, cuando no había dinero, en autobús; de
relacionarnos con otras gentes y otros ambientes; y, en definitiva,
de tocar con la mano lo que hasta entonces solo veíamos en la
televisión, oíamos en la radio o leíamos en los libros. Fuimos
unos privilegiados y no lo supimos. Éramos unos críos y todo nos
ilusionaba y asombraba.
A
nosotros, en aquél momento, sin pedirlo y sin ser conscientes de
ello el tiempo nos entregó una invitación: nos invitaba a cursar
nuestro particular “Erasmus”, nos estábamos formando como
personas y, en lo que a mí concierne, parte de lo que soy para lo
bueno y para lo malo, se lo debo a todo lo que he leído y a aquél
“Erasmus”. Sin duda que todos lo hemos aprobado y hemos
“progresado adecuadamente”.
Dicen
que uno nunca debe volver a donde fue feliz porque ya nada será
igual y, tal vez sea cierto, aún así no me importa estaría
dispuesto a volver y repetir el “Erasmus”. Yo fui feliz y seguro
que mis compañeros fueron felices.
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